9 jul 2025
LA MUERTE DEL GENERAL RAMIREZ
El Tratado de Benegas, firmado por Buenos Aires y Santa Fe, el 24 de noviembre de 1820, a la par que selló la paz entre ambas provincias, significó que Estanislao López, "la espada hermana de Cepeda", abandonara la política seguida por Ramírez y se uniera a la política y el poder de Buenos Aires.
Es que López había advertido con recelo el rápido encumbramiento de su antiguo aliado, a la sazón Jefe Supremo de la República de Entre Ríos. Los sucesos de la primera mitad del año 1820 parecían repetirse. Antes, el enfrentamiento de Ramírez con Amigas; ahora el de López con Ramírez. Atizadas las propias ambiciones por intereses extraños, los caudillos se destrozaron entre sí, con grave deterioro para el federalismo del litoral, y optimas consecuencias para la política porteña, que no tardaría en imponerse nuevamente.
Ramírez frente a López
Fracasadas todas las negociaciones, la lucha entre Ramírez y López se hizo inevitable. Los hechos que se sucedieron en el transcurso de la primera mitad de 1821, son por demás conocidos: la expedición sobre Santa Fe, algunos triunfos parciales, la falta de refuerzos, la defección de algunos jefes... Muy pronto, el Supremo de Entre Ríos se encontró aislado y en una situación sumamente crítica.
En las cercanías de Coronda, sufrió un completo descalabro a manos de López. Tras la derrota, Ramírez procuró unirse con el chileno José Miguel Carrera, para lo cual tomó el camino de Córdoba, encontrándolo sobre el río Tercero. Sus fuerzas reunidas apenas alcanzaban a unos mil hombres. Y, para peor, casi toda la tropa del chileno la componían indios mal armados y aventureros sedientos de botín,
Juntos, Ramírez y Carrera atacaron al gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, en Cruz Alta. Al ser rechazados se retiraron hasta Fraile "Cayo como un Muerto y allí se separaron para siempre. Sin embargo, los dos -aunque por distintos caminos- irán rumbo a la tragedia. Francisco Ramírez, con sus doscientos entrerrianos, hambrientos y heridos -tropa heroica y fantasmal-, procurará internarse en Santiago del Estero, para regresar, a través del Chaco, al territorio de su República. Pero era su destino "no volver a ver sus cuchillas entrerrianas, empenachadas con el verde jugoso de los pastos".
Persecución y Muerte
La persecución a cargo de Orrego y Bedoya se hizo continuada e implacable. Leguas y leguas que agotaron caballos. Finalmente, en los campos de Río Seco, estuvieron a tiro de pistola... Era el 10 de julio de 1821...
Si bien el general Anacleto Medina, que acompañó a Ramírez hasta poco antes del instante definitivo, negó en sus "Memorias" que la muerte de éste se debiera al intento de salvar a María Delfina, su compañera de muchas horas, la tradición ha aureolado aquella muerte con ribetes de leyenda.
Escuchemos, pues, la voz melancólica de aquel pasado romántico que nos habla así de los momentos finales del Supremo de Entre Ríos. Ramírez, destrozado, continuaba su épica retirada. La desproporción de fuerzas era abrumadora. Hombres y caballos, de los que sólo quedaba el último aliento...
En esos instantes de honda dramaticidad, el caballo de la Delfina dio una rodada que la arrojó en tierra. Ramírez, entonces, frenó su cabalgadura y se volvió, desesperado. La impetuosa arremetida del caudillo evitó que su compañera cayese en manos de sus perseguidores.
Pero este rescate de amor costó la vida del Supremo. "Cayó como un caballero del medioevo digno del historial romancero -ha dicho Leoncio Gianello-; porque cuando la partida santafesina empezaba a replegarse, sorprendida por ese coraje rayano en la lo-cura, el capitán Maldonado disparó un certero pistoletazo. Ramírez se llevó las manos a la herida y un clavel de sangre comenzó a deshojarse entre sus dedos. Luego el caballo, desbocado, lo arrojó sobre los pastos duros, de cara al cielo; clavados en lo alto sus ojos sin vida, que reflejaban el brillo de la primera estrella, que encendía su cirio piadoso entre el doliente derrumbe de la tarde...".
Macabra exposición
Los soldados enemigos se acercaron cautelosamente. Cortaron la cabeza de Ramírez y se la enviaron al gobernador de Santa Fe, envuelta en un cuero de oveja. La bárbara profanación tuvo un no menos bárbaro corolario. Estanislao López, apenas recibido el macabro presente, dio la siguiente orden al gobernador delegado de Santa Fe: "La cabeza de Ramirez se servirá pasarla a la Honorable Junta de la Provincia, acordando sea colocada en la Iglesia Matriz al frente de la bandera, en una jaula de cualquier metal, costeada con los fondos del Cabildo, embalsamada si se pudiere, o disecada por el cirujano, para perpetua memoria y escarmiento de otros, que en lo sucesivo, en los transportes de su aspiraciones, intenten oprimir a los heroicos y libres santafesinos".
La orden fue cumplida de inmediato. El protomédico Manuel Rodríguez se encargó de embalsamar la cabeza de Ramírez, y se conoce el detalle de las operaciones realizados, así como los honorarios que el Cabildo le pagara.
La segunda parte de la disposición de Estanislao López fue también cumplida, aunque a medias... Colocada la cabeza dentro de una jaula, no pudo ser expuesta en la Iglesia Matriz ante la cerrada negativa de su cura párroco, por lo que debió exhibirse bajo las arcadas del cabildo santafesino. Tiempo después, y a instancias del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, fue sepultada en el cementerio que existía detrás del convento de los padres mercedarios.
En Concepción del Uruguay
La villa de Concepción del Uruguay -como todo Entre Ríos- se conmovió ante el trágico desenlace. La noticia de la muerte de Ramírez se hizo conocer oficialmente el 1 de agosto de 1821, aunque ya algunos días antes, los rumores se habían esparcido en la población. En esa fecha, el Supremo interino José Ricardo López Jordán emitió una circular para dar a conocer la infausta nueva.
El homenaje póstumo fue sumamente sencillo. La bandera de la República, que tantas veces había flameado victoriosa al tope del mástil, se mantuvo a media asta durante un día. Y por el mismo lapso, cada cuarto de hora, salvas de artillería dijeron a los cuatro vientos que el Supremo de Entre Ríos había caído para siempre.
Los restos de Ramírez jamás podrán ser recuperados. Pero la memoria colectiva conservará intacta la imagen de quien, en vida, fue vigoroso paladín de la libertad y del derecho de los pueblos a organizar la patria bajo un sistema democrático y federal.
Concepción del Uruguay, martes 13 de enero de 1998. Diario La Calle, sección "Locales", página 12